A mi Padre


José Ramo Gómez 

"Vida y Obra"






Homenaje a José Ramo


El presente artículo es una colección de contribuciones (a modo de "antología") de cuatro colaboradores, compañeros, colegas,… AMIGOS de José, que convivieron y trabajaron con él en los más de 35 años que estuvo en La Rioja.

Alfonso Martínez Galilea, Manuel de las Rivas, Pedro Santana y Mª Teresa González, nos muestran y acercan, a través de su propia y personal visión, a la figura de un José Ramo, para muchos de nosotros, gran desconocido en su faceta y obra poética… Conocedores tan sólo, (¡y qué grande!), de su faceta humana,… cercana, cordial y afectuosa, que tuvimos la enorme suerte de disfrutar durante sus veraneos en Bañón. 

Gracias José, por tus colaboraciones en nuestra Revista Grama, "siempre puntuales, aunque por los pelos", como tu decías, y por tu gran humanidad, que siempre quedará con nosotros. 



Poemas de José Ramo 



LIBRO "El Oro de la Edad" 

AJENA VECINDAD


En arcos anecdóticos, al fin, cómo dejar

que los pasos discurran por el largo pasillo.

He muerto muchas veces, sé

que mis vecinos son, entre muros decrépitos,

viajeros de alegría en lechos insulares.

La paloma zurita se decide en ellos.

Sin cautela la luz, he buscado

en el amanecer banderas razonables.

Y aparece de pronto Isabel, vellón del sueño,

cuerpo impregnado en rive gauche.




LIBRO "Aparte"

XII


Cuando establezcas los límites del tiempo

como puro adiós,

déjate llevar al lugar de la muerte

y yo te haré regresar.




LIBRO "Para Cantar a Solas"

VOY A DARME UN RESPIRO


No puede ser que mi dolor me mienta

cuando los pasos dan consigo mismos,

cuando la vida entera se vuelve del revés

y no hay quien la sostenga.

La vida es un traspiés.

A trancas y a barrancas entro en la noche y entra

la estricta certidumbre de las viejas palabras

como carne que se abre sin objeto preciso.

Veo pasar los árboles sin nombre de las calles que amé.

De nada serviría crear la lluvia aquí.

De nada la imprecisa estación y el viajero

que tal vez se detenga al final de este verso

pero nunca en mí.

Nada es cierto, amor mío,

nada salvo el dolor que no puede nombrarse,

los cuerpos solitarios en pos de lechos íntimos

y las ventanas que arden hasta el amanecer.




LIBRO "Arte de Camara"

IX


Fueron ciertos algunos atardeceres en campos de

Teruel,

ciertas las voces que perdí,

cierto el furor de los machos en el aguadero,

y la Rambla, y la Umbría de las Acederas.

Acerco la carrera a Cosa

por la que subo y me declino

y no espero que los dioses se apiaden de mí.

En blancas tierras se confunden los huesos

de las gentes que amé.

Suma de cuerpos, sombras y palabras son

los días que regresan.


No regresan.




LIBRO "Arte de Camara"

A NOUS LA POESIE!


Finalmente,

deshacerse de la poesía

A filo de memoria ir ensayando,

el golpe diestro y bajo.

Y salir huyendo como un prófugo

del elogio sentimental

y los abrazos.




Premio Narración Buena Fuente 


José Ramo

"Hasta dejarlo todo atrás"

Recordaré a Fulgencio Malea por dos crímenes imaginarios y unas horas de conversación en el andén mientras espera el Interurbano de las 19,30 que ha de llevarlo a Zaragoza. Es posible que otros recuerdos se impongan más adelante, pero no seré yo quien los provoque; al menos, así lo he decidido.

De los crímenes de Fulgencio Malea sólo puedo acercar las escenas finales y el propósito aparente que los motivó. En el primero -aunque el orden en que me los contó poco importa-, un hombre es herido de muerte cerca de la estación del ferrocarril, sube penosamente los dos escalones que lo separan de la puerta central, penetra en el vestíbulo, cae de bruces, vuelve el rostro a la derecha. Después hay una brevísima agonía. El segundo crimen es a mi juicio una variante del anterior, otra versión posible. El hombre herido alcanza el tren que arranca, entra en el primer departamento, se abandona al asiento situado junto a la ventanilla. Su muerte no parece penosa. Situado en sentido contrario a la marcha, mientras se le velan los ojos puede ver por última vez la ciudad que se aleja.

Los dos crímenes de Fulgencio Malea son también las dos formas en que imaginó su propia muerte. Cinco años de amistad me permiten afirmarlo. Creo incluso que puedo completar las escenas y asignar a cada muerte un sentido. El hombre abatido en el vestíbulo que vuelve el rostro a la derecha mira un mural en el que anónimas gentes del campo se afanan en tareas de recolección. Sobre los rostros imprecisos, apenas esbozados, podrá superponer aquellos que le fueron familiares, rostros que pertenecen a una infancia feliz que ahora vuelve a sus ojos, pero sólo a través de un cendal. El hombre que ha subido al tren verá alejarse la estación, creerá que los edificios se acumulan, corren hasta perderse en un punto de la lejanía, como si todo quedase atrás y así pudiese a la vez conjurar su pasado reciente y la ciudad en que vivió. Conocí las dos muertes de Fulgencio Malea a comienzos de mayo. Una tarde, mientras tomábamos café en su casa -solíamos hacerlo una o dos veces por semana-, me habló con entusiasmo de sus cursos de filosofía, insinuó un posible viaje por este motivo, un traslado quizás, por el que no me interesé. Acabamos hablando, como casi siempre, de literatura y no me extrañó que quisiera animarme a participar en un concurso de narración breve con la estación de trenes como tema obligado. Entonces me habló de los dos crímenes. Sospecho que sólo había pensado las escenas a que me he referido y que esperaba como siempre hasta el último día para escribir el resto del relato y que éste, como una fuerza física, le solicitase la muerte adecuada. Aquella tarde de comienzos de mayo volvió a hablar del concurso de manera obsesiva. Recuerdo que en algún momento insistió en que participase con una vehemencia que me molestó. Le señalé mi condición de autor inédito y el desagrado que me producían los temas impuestos, quise incluso decirle "préstame tus muertos", pero me callé. Concursar se había convertido para él en una obligación que deseaba trasladarme, como si de este modo ambos saldásemos una extraña deuda contraída por nosotros mismos y con la ciudad. Yo lo escuchaba con un sentimiento ambiguo, entre la compasión y el regocijo. Se había puesto vagamente elocuente y pronto iba a aparecer el filósofo con un sentido trasnochado del imperativo moral. No me equivoqué. "Si una ciudad -decía- no encuentra su manera de significar, si no inventa su rostro deberá resignarse a un destino vicario. Quien hable de ella lo hará como si todo lo que en ella se levanta y vive fuese una suma arbitraria, algo que ha reunido sin ninguna fortuna el azar. Esta ciudad, Víctor, carece de rostro".

Fulgencio Malea se descolgaba a veces con frases de este tipo. Yo creo que las preparaba y que la aparente meditación acerca de esta ciudad y de sus gentes ocultaba un profundo rencor. Que haya sido mi amigo no me impedirá reconocer que un fracaso personal le llevaba a ensañarse en lo que yo considero un objeto neutral.

He de confesar que ahora que, entre otras cosas, debo a Fulgencio Malea una razonable pasión por la escritura, pero siempre me molestó que reprochase a mis trabajos una excesiva voluntad de oficio, una irritante ponderación de los medios que, a su juicio, impedía la aparición de lo imprevisible y sorpresivo. Él lo achacaba a mi condición de abogado. "Víctor, tú procedes de una larga estirpe de abogados" -me ha dicho, no sin ironía en alguna occasion- "y has vivido siempre en la ciudad; yo vengo de un pueblo y ha sido necesario que transcurra el tiempo para que la inocencia se combine con la lucidez". Es cierto que Fulgencio mostraba a menudo las maneras inocentes del buen salvaje, pero a la lucidez puedo ponerle algún reparo.

Ayer, treinta de mayo, acompañé a Fulgencio Malea a la estación. Había sacado el billete para el interurbano de las siete y media de la tarde y me extrañó que me rogase que pasara a buscarlo a las cuatro. Pero a través del teléfono el timbre de su voz llegaba alterado y no quise hacerle preguntas. Desde que vinieron a Logroño, hace cinco años, Fulgencio y su mujer han vivido en el número tres de la calle Bretón. Fui puntual. Fulgencio me esperaba en la acera con dos gruesas maletas, una a cada lado. Vi a Julia asomada a la ventana y la saludé. Ellos se despidieron agitando la mano.

Hicimos el trayecto sin hablar. Aparqué a la derecha, cerca del muelle. Cogimos cada uno una maleta y nos dirigimos a la puerta de entrada. En el vestíbulo no había nadie. Fulgencio, delante de mí, cruzó la puerta que da al andén y luego torció a la izquierda. Yo lo seguí. Ocupamos los asientos más alejados, a la derecha del bar. Fulgencio encendió un cigarrillo y aspiró profundamente. Siguió fumando en silencio durante unos minutos que se me hicieron penosos. Después empezó a hablar: "Víctor, te he hecho venir porque nuestra amistad me obliga a darte una explicación, que nunca será suficiente, pero que, al menos, te permitirá comprender que al marcharme no emprendo una huida". Se detuvo un momento y quise intervenir, pero él continuó: "Te sorprenderá que hable de huida. Debo aclararte que he solicitado y se me ha concedido un mes de permiso. Para mí ha terminado el curso y con él los años vividos con Julia y esta ciudad. Es posible que vuelva, pero entonces la ciudad no será la misma, no estará unida al fracaso de mi relación con Julia. Sé que ignoras el proceso que me ha llevado a la degradación, porque se trata de una degradación sobre la que no me detendré a explicarte los detalles penosos. Supe que debía abandonar a Julia el invierno pasado. Lo supe aquí, en esta estación. Al parecer, la enfermedad de su padre le exigía que se desplazase con frecuencia a Bilbao. Y digo al parecer, porque nunca quise saber la verdad, nunca llamé por teléfono, nunca hice preguntas. Los hechos, las experiencias, Víctor, nos castigan con la lucidez. Desde el comienzo de nuestra relación Julia tuvo lo que yo juzgaba aventuras banales. Ahora sé que para poder vivir ha necesitado existir para muchos. Y para ella, existir para muchos ha sido entregarse. No es esto lo que le reprocho, sino que para entregarse necesitaba que yo dejase de existir, no sólo en su memoria, sino en la memoria del mundo, como si yo fuese un ser anónimo, borrado, un no nacido. Por eso no le pregunté nada este invierno cuando viajó con frecuencia a Bilbao, ni ella me dijo nada. Yo sabía que había llegado el final y sólo deseaba que su vida se cumpliese fuera de mí. De aquellos días guardo únicamente la imagen de una persona que ha despedido a otra persona que tomaba el Sol de Levante a las 6,45 y que, todavía en la oscuridad, ve la estación como un bloque frío que le cerca. Esta persona algunos días se detiene a mirar los murales del vestíbulo, ha visto que el de la derecha está firmado por Martín y Fernando, y el de la izquierda por Fernando y Martín, y se dice a sí mismo "tanto monta, monta tanto", y no sonríe porque su ocurrencia le parece vulgar. Esta persona intenta traducir la leyenda latina de un escudo de la vidriera lateral -Hic mysterium fidei firmiter profitemur hoc- y se pregunta quiénes fueron los que firmemente profesaron este misterio de la fe. ¿O se trata de un misterio de fidelidad? Pero esta persona sabe que los anaqueles desnudos de un quiosco al que unas horas más tarde se incorporará un vendedor indolente expresan con mayor rigor su propio tiempo vacío".

En un tren raramente puntual despedía ayer a Fulgencio Malea. Lo había dejado que hablara y tal vez comprendió mi silencio como el silencio de un amigo. Antes de subir al tren se volvió y me dijo: "Víctor, ahora se habla de trasladar la estación; yo prefiero que permanezca, así podré saber cuando vuelva si he conjurado mi pasado".

Subí al coche y lo puse en marcha. Cuando salía contemplé el edificio de la estación en el espejo retrovisor. Para mí la estación tenía otro sentido, era casi una promesa de felicidad. Mientras me dirigía al número tres de la calle Bretón pensé en la mujer que conocí profundamente en la habitación 325 de un hotel de Bilbao en el último invierno, recordé su cuerpo perfecto y también sus palabras: "Quiero ser generosa y que crea que ha sido él quien ha tomado la decisión de abandonarme".




Bibliografía José Ramo


Libros de poesía:

Estrategias. La Torre de los Panoramas. Logroño, 1981.

Aparte. AMG Editor. Cuadernos de la Selva Profunda, 4. Logroño, 1991.

Arte de cámara. Gobierno de La Rioja. Chapiteles, 5. Logroño, 1995.

El oro de la edad. AMG Editor. Cuadernos de la Selva Profunda, 17. Logroño, 1997.

Para cantar a solas. Ángeles Sancha Libros. Logroño, 2015.

Relato:

Hasta dejarlo todo atrás. V Premio De Buena Fuente de Relato. Ayuntamiento de Logroño. Colección De Buena Fuente, 5. Logroño, 1990.

Centauro. En Relatos riojanos. 1995. La Rioja. Logroño, 1995.

Antologías:

Poetas en La Rioja. Fundación Pablo Iglesias. Logroño, 1984.

Antología de Poesía en La Rioja (1960-1986). Gobierno de La Rioja. Logroño, 1986.

Un día en la vida de Logroño. Ayuntamiento de Logroño. Logroño, 1995.

14 poetas riojanos en las Jornadas de Poesía en Español. Cultural Rioja. Logroño, 2008.

Ensayo:

"El escritor en las autonomías: La Rioja". Ponencia presentada al Congreso de Escritores de las Autonomías. Hervás (Cáceres), Mayo de 1987.

"Blanco Lac: la pintura como invención". Cultural Rioja. Logroño, 1992.

"El origen de Logroño". En Logroño, en miles de colores. Ayuntamiento de Logroño. Logroño, 2001.

Traducción:

"Dos versiones de Tristan Corbière". AMG Editor. Logroño, 1997.

"5 Poemas de Alfonso Martínez Galilea". En Dibujos de Tito Inchaurralde. Creator Book. Barcelona, 2004.

"Tristan Corbière: Diez poemas". Hablar de Poesía. Nº 16. Buenos Aires, 2006.

El forzado inocente, de Jules Supervielle. Pre-Textos. La Cruz del Sur. Valencia, 2014.

Brassens, la libertad, de Joan Sfar. Fulgencio Pimentel. Logroño, 2012.

Revistas:

"Introducción al ejercicio de las armas y de las letras". L'Anguilla. Revista de Literatura. Nº 2. Logroño. Mayo, 1980.

"Poemas". Calle Mayor. Nº 1. Logroño, 1985.

"Suma de géneros". Calle Mayor. Nº 2. Logroño, 1986.

"Errar y dar en blanco". Calle Mayor. Nº 3. Logroño, 1986.

"Un brillante porvenir". Calle Mayor. Nº 8-9. Logroño, 1988.

"Dos poemas". Turia. Revista Cultural. Nº 15. Teruel, 1990.

"Dile adiós a la noche". Fábula. Revista Literaria. Nº 2. Logroño, 1996.

"Dos poemas". Sueltos de la Selva profunda, 46. Logroño, 2002.

"En la luz de la tarde". Hablar de Poesía. Nº 16. Buenos Aires, 2006.

"El ágora y la casa". Tarjeta de visita. Nº 1. Mayo 2006.

"Poemas y traducciones". Mangolele. Nº 6. Logroño, 2012.